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Cuando lo nuevo deja de serlo: una reflexión sobre la rutina y la novedad

Esta es una reflexión sobre una experiencia compartida y llena de nostalgia, especialmente sobre cómo se siente descubrir algo por primera vez y el impacto que tiene en nosotros.


Me puse a pensar: ¿qué pasa cuando uno es lo suficientemente grande, adulto, conocedor del mundo, que ya nada lo sorprende a uno?


La respuesta simple sería algo así como: "no pasa nada, toca dejar que la vida a uno lo sorprenda." O, "con la actitud correcta, cualquier cosa puede ser sorprendente." Pero en mi caso, me dio una mezcla de nostalgia y vencimiento (ese sentimiento de que hay una fecha de caducidad), cuando me di cuenta de que ir a Starbucks hoy en día nunca va a ser tan emocionante como esa primera vez que fui a Starbucks en el Barnes & Noble en Miami: descubrir qué era, después de ver decenas de libros y escoger tres para leer, a los 8 años. De saber que en una cafetería podían hacer un café con textura de slushie, vender galletas con m&m’s, vender rice krispies gigantes, y que se podía sentir como un lugar cómodo y acogedor.


Esos momentos de descubrimiento inicial son realmente especiales. Descubrir CAVA, Sweetgreen, la emoción de entrar a lugares icónicos como Chipotle, Michaels o Target, son momentos que solo pasan una vez. Como yo soy una persona que se sorprende y asombra fácilmente, por lo menos siento que re-descubro estos lugares cada vez que voy. Trato de pedirme algún almuerzo diferente, trato de fijarme en qué cosas han cambiado en el menú, trato de ver los nuevos productos o recorrer los pasillos con carrito de mercado, como si fuera yo la que estoy en el carrito de mercado rojo y blanco, y mis papás empujándome. Aunque existe el ‘redescubrimiento’, cada lugar tiene una historia personal e irrepetible.


Sé que, para algunas personas, hay comodidad y familiaridad en lo constante. Así es que nos pegan las marcas: conozco muy bien a alguien que se puede pedir el mismo burrito 3 veces a la semana en el mismo lugar, sin problema, y lo disfruta siempre. Está también la típica historia del trabajador en una oficina que todos los días durante 35 años se pide el mismo café por la mañana, y el mismo almuerzo al medio día. Esas cosas pasan, y no digo que estén mal. Si sirven, si le dan felicidad o practicidad a los demás, ahí ellos. Esto me hace dimensionar que la familiaridad es un concepto distinto para cada persona: las experiencias y las necesidades de cada quien pueden ser distintas sin que haya una “mejor” o “peor” forma de vivirlas.


Pero para mí es como si me quitaran un pedazo de vida. Simplemente porque me encanta la variedad, me encanta emocionarme por las cosas nuevas. Sé que las marcas van a seguir sacando productos nuevos. ¿Agua con gas saborizada? Se inventaron Spindrift. ¿Versión saludable de los m&ms de maní? Se inventaron SkinnyDipped. ¿Frutas congeladas cubiertas con chocolate? Se inventaron TruFru. Van a seguir inventándose cosas interesantes, no me cabe duda. Además, es cierto que no me va a dejar de emocionar un latte nunca.


Pero me puse a pensar: si a mí por ejemplo me da duro la tecnología a veces (pensar que me toca hacer self-check-out cuando hago mercado, cuando estoy en el aeropuerto, o ahora cuando me pido un café), a la gente mayor le debe dar una sensación peor que a la mía. Están acostumbrados a ir a comprar el periódico, no a leerlo en un iPad; Están acostumbrados a que la misma cara conocida que los conozca por su nombre los atienda en el banco, no a chatearse con un Bot por la aplicación del Bank of America (lo chistoso e irrelevante es que el bot se llama Erica, así como el de Avianca se llama Bianca). Me pasó esto llamando a una aerolínea hace un par de semanas: cada vez es más difícil encontrar un teléfono donde sea un humano el que responda. Por cuestiones de costos, staffing o practicidad, las empresas están haciendo todo lo posible para que el plan A-X sea hablar con el bot. Y una vez agotadas todas las opciones, ahí sí.


Esta reflexión es un reflejo de la tensión entre la comodidad de la rutina y la emoción de la novedad, una dualidad que muchas personas experimentan, pero que a veces pasa desapercibida. De pronto no todo sea tan impactante para mí como era durante mi infancia, pero todavía hay algo de magia en explorar nuevos cafés, probar cosas distintas en un menú, o descubrir detalles en las calles y lugares que antes solo veía de paso. Aprender a vivir donde vivo me recuerda que sii uno se lo propone, incluso en lo conocido se puede encontrar algo nuevo. Creo que la clave está en permitirse mirar lo cotidiano con curiosidad y en crear esos momentos de “asombro a propósito”, sin importar cuántas veces hayan pasado antes.


Sofía Lozano Samper

6 de noviembre, 2024

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